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Reseña de “El trabajo de los ojos”, de Mercedes Halfon

Reseña de “El trabajo de los ojos”, de Mercedes Halfon
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“La imposibilidad de ver es la supresión del entendimiento o la locura” – Mercedes Halfon.

«Se da por sentado que es posible elegir entre un enfoque u otro para lo que sea que se haya decidido hacer. Pero es el enfoque el que nos elige a nosotros»

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Cuenta su abuela que, cuando tenía tres años, en medio de una celebración familiar, la escritora argentina Mercedes Halfon sufrió un fuerte golpe en la cabeza y a partir de ese día sus ojos dejaron de estar alineados. Y también nos cuenta la escritora que un día: me invitaron a un ciclo que se llamó: Confesionario, donde básicamente tienes que revelar algo que te dé vergüenza o que nunca hayas dicho. Me di cuenta de que mis problemas en la vista me daban vergüenza, era un tema que me costaba hablar y escribí un texto corto, entonces encontré un tema para escribir mi primer libro de narrativa, que fue una especie de desafío.

Y así nos sumergimos en “El trabajo de los ojos” (2017, Ed. Las Afueras, España, Ed. Entropía en Argentina y LATAM), un ensayo novelado de carácter autobiográfico, si se quiere o puede llamar así al género que desarrolla. Lo cierto es que tanto la abuela como la madre de Mercedes Halfon pertenecían ya a un linaje de hombres y mujeres estrábicos; su hermano mayor también lo es en el libro. Un linaje de cuya herencia no podrán huir nunca y con el que deberán convivir.

El relato comienza con la muerte del oftalmólogo de la narradora, un Dr. Balzaretti, y sobre lo que significará su ausencia en la vida de la paciente. A diferencia de otros miembros de su familia, y en contra de la opinión de otros oftalmólogos “de moda” en Buenos Aires, Balzaretti nunca dejó que a Mercedes la operaran pues su estrabismo divergente más adelante podría convertirse en divergente, como en efecto sucedió. Bendito Balzaretti que, además de tratarle su estrabismo, debió lidiar con su astigmatismo e hipermetropía. Porque, como la escritora misma dice, las enfermedades de los ojos se reproducen: una vez llega una, esta descompensa el ojo y es probable que aparezca otra.

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En su hermosa reflexión sobre la vista, las enfermedades a ella asociadas que hacen que quienes las sufren tengan una manera especial de ver el mundo, nos habla de lo que es el estrabismo, más allá de la evidente bizquera exterior. Nos habla de esa desviación del alineamiento de un ojo en relación con otro que implica falta de coordinación entre músculos oculares, utilizando aquella metáfora de una pareja que no se puede poner de acuerdo para bailar. Esa desalineación impide fijar la mirada de los ojos en un mismo punto del espacio, lo que genera visión incorrecta en percepción de la profundidad, el tamaño de las cosas y la distancia. La noche y el sueño agudizan los problemas. Y el peligro más grande de un estrabismo sin corregir, es la ambliopía, la pérdida de un ojo como consecuencia de que un ojo trabaje más duro que el otro.

Mercedes nos hace un maravilloso recorrido, un recorrido por la función de la vista y sus recovecos utilizando la metáfora de una cámara fotográfica. Ver es la transformación sucesiva de una información que llega por medio de la luz a nuestros ojos. Usamos la cámara como metáfora aunque obviamente es al revés: se llegó a la fotografía buscando imágenes tan nítidas como nuestra visión. La visión es nuestra forma de asimilar la luz. Tiene tres etapas, la óptica, la química y la nerviosa.

Nos explica que la fase óptica es cuando el mundo exterior – como en una cámara analógica – pasa en forma de rayos lumínicos a través de la pupila, una abertura ubicada en el centro de la córnea que va abriéndose o cerrándose según el nivel de luminosidad. La información lumínica es tomada por un lente interno, la recibe luego el cristalino, una especie de lente móvil que a su vez proyecta en la retina una imagen invertida de lo que captó. Siguiendo la comparación con la máquina de tomar fotos, la retina es como la película sensible: la transformación química sucede acá, y todo ello (entramos a la fase nerviosa) pasa al nervio óptico que lo conduce al cerebro en donde se termina de saber qué es lo que estamos mirando.

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No todos reciben de la misma manera los rayos lumínicos y eso hace que la construcción de las imágenes también varíe: hasta en visiones normales hay diferencias. Por ejemplo, la pupila puede cerrarse por la ira, el miedo o la atracción. La subjetividad y el punto de vista tienen una expresión fisiológica antes que síquica. La subjetividad pareciera ser objetiva. Mercedes nos hace un recorrido por la literatura occidental, en donde hemos admirado a más escritores ciegos de los que creemos y cada uno de ellos le hizo frente a su condición de forma particular.

Inicia el viaje con Julio Cortázar, de ojos saltones, fijos e interesantes, para luego pasar a un Borges para quien la “no vista” lo fue todo. De James Joyce, cuyos ojos hipermétropes (27 dioptrías) y estrábicos revelaban algo interior, nos cuenta que además de glaucoma y sinequia, su alcoholismo y su descuido lo fueron dejando ciego, a pesar de las más de 15 cirugías que le practicaron. A quien lo interrogaba al respecto solo le decía que la ceguera era lo menos importante que le había sucedido en la vida, y seguía dictando su obra…

En Sartre el estrabismo fue ocasionado por una gripa en su niñez. Para los mayas, los ojos desviados eran el grado sumo de la elegancia, e intentaban provocarla artificialmente poniendo bolitas en los lagrimales de los bebés, en tanto que para la niñez occidental es la expresión más estúpida que se puede hace en juegos de caras.

Luego está Homero. Un hombre ciego dedicado a la poesía épica, que, por lo mismo, parece no haber existido. Pero para los griegos es simbólico y grandioso tener como padre de su literatura a una figura mítica que simbolizara la voz y el oído haciendo mover las palabras.

Los ciegos tienen los globos oculares desviados hacia cualquier dirección y, para Halfon, la escritura es, pues, una forma de orientación posible… El estrabismo es un problema de distancia con el mundo. Mercedes nos habla de Tiresias, el más célebre ciego de la Grecia mítica, aquel adivino que le leyó su suerte trágica a Edipo, después de lo cual éste último se arranca los ojos: no deja de sorprender que haya sido precisamente un ciego – no de nacimiento sino también cegado por haber observado un inconveniente secreto – quien abriera los ojos a Edipo y que luego se los saque.

Finalmente nos deslumbra con la historia de Louis Braille, de quien nos recuerda que quedó ciego a los 3 años cuando se clavó un punzón en el taller de su padre, y en su condición se ganó una beca para estudiar en el Real Instituto para la Juventud Ciega (RIJC) de Francia, por lo que debió mudarse de la provincia a Paris en donde la educación para ciegos se basaba en lecciones orales y en la memorización como herramienta para adquirir y fijar conocimientos. Los pocos libros que tenían en la biblioteca habían sido impresos con letras en relieve, un sistema inventado por el fundador de la escuela, Valentin Haüy. Eso implicaba que los estudiantes tenían que recorrer con sus dedos cada letra lentamente de principio a fin para poder formar palabras y, tras mucho esfuerzo, frases y, posteriormente, párrafos: una labor interminable.

En 1821, Charles Barbier, un capitán del ejército francés, llegó al instituto a compartir un sistema de lectura táctil desarrollado para que los soldados pudieran leer mensajes en el campo de batalla en la oscuridad, sin alertar al enemigo encendiendo linternas. Se trataba de la sonografía. Braille pulió el sistema y lo dejó listo cuando tenía 14 años. Con solo 6 puntos se podían – y pueden – armar 64 caracteres incluido el espacio en blanco. En 1829 se publicó el primer libro escrito totalmente por un no vidente e íntegramente en Braille.

Sorprendentes son las historias que nos trae del padre de la oftalmología moderna: George Bartisch (1535-1607), quien escribió la Ophtalmodouleia (“Al servicio de los ojos”), un completo tratado – con bellísimos grabados incluidos – sobre la cirugía y terapias oftálmicas que incluye seis mil recetas a base de plantas. lnclusive tiene un capítulo dedicado a la magia, la brujería y el trabajo de los monstruos y el diablo, como causantes de las enfermedades de la vista; recetaba incluso amuletos. Después de recorrer gran parte de lo que hoy es Austria y Alemania, se afincó en Dresde y fue nombrado oculista de la corte del duque Augusto de Sajonia. Invento una serie de dispositivos como una pala de extracción de ojos, una anteojera para corregir estrabismo convergente, todos instrumentos que parecían sacados de una cámara de tortura y perfectamente descritos en su libro,

Les recomiendo también la historia de Joseph Antoine Ferdinand Plato, un científico de la visión (Bruselas 1801) que definió, a mediados del siglo XIX, el principio de resistencia retiniana. Determinó que las impresiones en la retina duran tan solo una décima de segundo y que el tiempo no es constante y aumenta cuando el ojo está adaptado a la oscuridad. Mecanismos que serían absolutamente útiles para el desarrollo del cine. En 1843, mantuvo la vista fija en el sol sin protegerse los ojos, lo que finalmente lo dejaría ciego. Pero su hijo y su yerno continuaron su trabajo. Y lo apoyaban: “Trabajó tanto por comprender la luz que esta lo encandiló”

La narradora, finalmente, tiene un embarazo en la obra y sus preguntas son las más preocupantes: ¿el hijo sufrirá el mismo estrabismo que ella, sus hermanos, madre y abuela?

Las reflexiones que, sobre la vista, nos deja Halfon son más que meramente visuales, profundamente filosóficas, existenciales, sobre como encontrar nuestro lugar en el mundo desde La Vista – así con mayúscula – pero las reflexiones son deliciosamente sencillas en un breve ensayo novelado que se lee de un tirón – 114 páginas en una edición y 80 en la otra – y que nos abre los ojos, literalmente, a aquello que no concebimos por haberlo normalizado en el mundo de los sanos de vista

De la autora, Mercedes Halfon:

Mercedes Halfon nació en Buenos Aires (1980). Se dedica a la práctica e investigación de artes escénicas y literatura. Es Licenciada en Artes (UBA), Magíster en escritura creativa (UNTREF), periodista cultural, crítica de teatro y poeta. Escribe en el suplemento Radar de Página/12. Ganó el Premio Estímulo de Tea al periodismo gráfico. Fue becada para perfeccionarse en escritura por la Fundación Gabriel García Márquez de Colombia en 2008, en Artes Vivas por el Goethe Institut en Bogotá en 2015 y por el Centro de Creación Contemporánea Matadero Madrid en 2017. Es curadora del ciclo teatral Invocaciones, en el Centro Cultural San Martín.

Ha publicado textos breves de narrativa, una novela en colaboración y poesía. En 2017 salió su primera novela, El trabajo de los ojos, por Editorial Entropía. En “Diario pinchado” vuelve a entrecruzar autobiografía, poesía y ensayo literario para consolidarse como una de las voces más interesantes de las letras argentinas y latinoamericanas actuales.

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