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"Me declaro un amante de la información. Cuando era niño esperaba ansioso las 7 de la noche para sentarme frente al televisor con mi abuelo y ver el noticiero"
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Me declaro un amante de la información. Cuando era niño esperaba ansioso las 7 de la noche para sentarme frente al televisor con mi abuelo y ver “el noticiero”. Vivía entonces en mi Popayán natal, una ciudad hermosa y taciturna, perdida desde la colonia en su espectacular pasado, triste protagonista de un terremoto hace 38 años, quizás el único capitulo que el resto del país le ha visto. Ni siquiera sus próceres, o sus hermosas calles o la religiosidad profunda de sus habitantes -y creo que mucho menos esto- han hecho de ella un referente.

Volviendo al tema, recuerdo vívidamente esas noches con mi abuelo, él me explicaba el contexto de las noticias, su gusto por la historia y sus años hacían de esa pequeña franja nocturna una experiencia fascinante. Pero además de esa grata compañía y a pesar de las múltiples y crónicas noticias negativa de la patria, recuerdo pocos espectáculos en esos cortos programas. Claro, entonces no existía la internet o los teléfonos celulares, y los ciudadanos éramos locales, no globales.

Paulatinamente las fronteras entre la información y el entretenimiento se han disuelto. La hiperconectividad ha comprimido el mundo en la palma de la mano y por tanto la diferencia entre el consumidor y el productor de información ha desaparecido, tal como la frontera entre hecho y opinión o entre ciencia y charlatanería. Los medios de comunicación cada vez tienen más competidores. Ese lapso que esperaba para llegar a la hora de las noticias con mi abuelo ya no existe, se fue para siempre.

No quiero ser un nostálgico existencialista, al lado de la información amo también a la tecnología, pero el concepto, los principios de la comunicación y la calidad de esta han decaído como nunca. En esta agresiva lucha por el consumidor, la información se ha mercantilizado para convertirse en un commodity. Twitter, por ejemplo, es un coliseo romano de 280 caracteres en el cual confluyen múltiples opiniones con y sin sustento. La inmediatez de la respuesta y la dictadura ideológica generan unas dinámicas agresivas, a veces nauseabundas. Las pseudociencias han ocupado el escenario, soportadas en la única evidencia de un número exponencial de seguidores, tan ficticios como muchos conceptos que otros avivan y algunos intentan acallar.

Las nuevas estéticas y narrativas se basan en el protagonismo de las emociones. Esto no sería problemático si no fuera esta la nueva democracia del infoentretenimiento. Pueden verse con frecuencia colisiones impensables: comunicados -extensamente aburridos- de sociedades científicas mezclados con la corta pseudonarrativa de influenciadores, quienes de otra forma no serían escuchados. En medio de esa fricción de contenidos cruza el tímido habitante de las redes, aquel que tiene un espacio de participación momentáneo, pero que peligrosamente puede asumir juicios subjetivos, ideas erróneas involuntarias que peligrosamente transmite a quienes no hacen parte de ese ciberespacio y entonces aparece la idea. Y después de esta idea, otra que se suma y otra más, las cuales van creando atmosferas de pseudoverdad, islas de “conocimiento” parcializado, no analizado y explosivo.

No pretendo satanizar a las redes, sin duda la democratización del conocimiento es una de sus virtudes, pero, hay que decirlo, en sociedades como la nuestra, aquello que llamamos conocimiento no siempre va ligado a un método y tampoco lleva siempre la verdad, o al menos algo que se parezca a ella. Y no es cuestión de ideologías o dogmatismos, la derecha, la izquierda, el centro y todas las demás localizaciones del espectro político usan y abusan de estos escenarios. La política de miseria, la ejecución paupérrima del poder y la comunicación lastimera de logros espectacularizados es tan crónica como la desgracia en nuestro país, solo que ahora tiene un ciberespacio y unos adeptos.

Creo que sí es importante comunicar los logros, difundir la gestión política es una obligación del dirigente y un derecho del ciudadano, pero la ligereza e instrumentalización de esta es el peor ejemplo de subdesarrollo. Ante sociedades líquidas no podemos esperar ciudadanos virtuosos. La gestión callada y efectiva no es popular, pero si es necesaria, es además el antídoto para el subdesarrollo. Los grandes logros de los colombianos exitosos no obedecen a políticas de estado sino a destellos individuales antisistema.

El infoentretenimiento es contagioso, muchos de mis colegas y yo mismo estuve tentado a publica en el ciberespacio mi foto al ser vacunado. No culpo a quienes lo han hecho, somos seres humanos, tenemos miedo y creo que varios la consideramos una estrategia educativa, de apoyo a la vacunación. Pero si opino que debe haber mayor reflexividad respecto a los límites a los que se ha llegado porque la banalización de todo puede dejar por fuera lo importante, la verdad y la vida misma.

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