Mea Culpa pero no así

Mea Culpa pero no así
[favorite_button]
Comentar

Corría el año 2004, cuando yo, un joven capitán del Ejército y recién regresado de una comisión de ocho meses como médico militar del Batallón Colombia No 3 en la península del Sinaí, Egipto, enfrenté un curioso regreso a mi país. Según la tradición de aquellos tiempos, los oficiales sin un padrino de alto rango eran “castigados” con una asignación de orden público, algo no muy difícil de asumir, pues en aquel entonces, todo el país estaba sumergido en la guerra.

Fui asignado a San José del Guaviare, al Batallón de Infantería Joaquín París, un lugar ya conocido para mí durante mis primeros años como teniente con la Brigada Móvil No 3, demostrando que el número tres era una constante en mi vida militar. Al poco tiempo de estar en dicho Batallón como jefe y único médico del dispensario -desde entonces me gustaba ser jefe de mí mismo-, recibimos la visita de una comisión de inspección militar. Esta revista formal era habitual en algunas unidades prioritarias.

Al concluir la inspección, el comandante del Batallón, un teniente coronel, convocó una reunión con su plana mayor para evaluar el desempeño. Como capitán y jefe de sanidad, mi presencia era obligatoria. Cada jefe de dependencia, con el habitual optimismo, reportaba resultados positivos, tal vez no del todo sinceros. Sin embargo, la tensión aumentó cuando le tocó el turno al sargento viceprimero, jefe del almacén de intendencia. A su pregunta sobre el cómo le había ido, el comandante recibió una respuesta inquietante: “No sé, mi coronel, lo que sí puedo decirle es que la persona que me pasó la revista definitivamente sabe por dónde es que uno roba en un almacén de intendencia…” Esta respuesta, aunque provocó risas prolongadas, dejó una atmósfera de gran inquietud, especialmente en nuestro comandante.

Este relato sirve de preámbulo a la problemática actual en la salud colombiana, donde, infortunadamente, los actores del sistema de salud, incluyendo médicos y profesionales, estamos siendo señalados precipita y progresivamente como corruptos. En un contexto donde el presidente y sus funcionarios, especialmente el ministro de salud, ven con ojos de desconfianza a todos los actores del sistema, acusándolos de ser partícipes en actos delictivos, es crucial reflexionar sobre las verdaderas motivaciones detrás de estas acusaciones.

Es importante considerar que quienes tienden a ver excesiva maldad en el mundo, a menudo esconden tras de sí una notable incapacidad para generar consensos y resolver problemas de manera efectiva. Este tipo de personas tienden a pensar que los demás actúan como ellos lo harían si estuvieran en su lugar, como el sargento de la historia lo reconoció. Este tipo de liderazgo, que se centra más en la crítica destructiva que en la construcción de soluciones, puede ser perjudicial para cualquier sistema, especialmente para uno tan crítico como el de salud.

Ahora bien, hace un buen tiempo escribí una especie de “mea culpa” sectorial que hoy cobra vigencia en contenido, más no en profundidad respecto a lo que cada actor ha dejado de hacer o hecho mal durante los más de 30 años de este sistema. Parto de dos puntos que en mi concepto son la causa raíz de las ineficiencias (además de la corrupción que es innegable).

1. La carencia de un acuerdo social evolucionado que llegue definir qué podemos pagar y que no en el sistema de salud de un país como el nuestro (técnicamente hablando: redefinir el plan de beneficios).

2. La ausencia de una estructura de datos robusta que brinde información real y útil al sistema, pero que además le disminuya opacidad.

El primer punto se conecta con un pésimo comportamiento de los actores, un individualismo progresivo que lleva a la defensa de sus intereses por encima de la integración de capacidades y que finaliza en la decadente lucha que venimos observando entre gobierno, prestadores, EPS, pacientes y gestores farmacéuticos entre otros. Adicionalmente, no educamos nunca a los ciudadanos, quienes ante el logro más grande del sistema que es la protección financiera, no se dan cuenta que el mismo es una conquista social y en lugar de apropiarlo y defenderlo, recargan (recargamos) sobre el todo lo que sea posible o imposible en aras incluso de buscar la inmortalidad, si esta fuera posible.

El segundo tema ha sido tratado con un desdén inexplicable ya que si alguna solución puede darse a las fallas del sistema está por los lados de la información. Si esta no existe, los datos son manipulados en forma grosera para sustentar las narrativas de suma cero, aquellas que dicen que aquí lo que hay es un fracaso absoluto de 30 años o bien para decir que somos el mejor sistema de salud del mundo. Sabemos que ni unos ni otros están en lo cierto.

No quiero sonar como el tibio que no toma postura o que evita hablar de sus culpas. Los médicos en particular, pero el personal de salud en general, hemos sido y seguimos siendo ineficientes. Por supuesto que no en el sentido de ir mutilando personas en aras del negocio como algunos lo sugieren, sino en el desconocimiento voluntario de lo que un sistema de salud significa y el impacto de lo qué hacemos. Nuevamente el individualismo aquí ha triunfado. Nuestras decisiones se basan solo en eficacia clínica y seguridad, no contemplamos las dimensiones adicionales de la decisión incluyendo el costo y el contexto. No fuimos educados para ello, y el hacerlo genera el temor de convertirnos en seres espurios, no merecedores de la salvaguarda de la humanidad que muchos se creen, del título de científicos.

La absurda división entre los que se creen Jedi (asistenciales) y los Sith (administrativos) es una estupidez de marca mayor. Un componente arrogante e irrelevante de la medicina, en la cual si eres especialista clínico o quirúrgico alcanzaste el cielo de la academia, pero si no, eres esencialmente un forajido de la medicina. Cuanta soberbia desgastante e inútil, la que además se enseña en los hospitales que forman a los futuros médicos y que luego nos genera preguntas de por qué el modelo educativo es como es.

De lo poco bueno que ha traído este tiempo de incertidumbre y crisis sectorial ha sido una leve cohesión en la discusión de lo que pasa y podría pasar, en el duelo. Sin embargo, y como ocurrió en la postpandemia, no creo que vayamos a salir mejores después de este tiempo, ocurra lo que ocurra.

Es fundamental destacar que la corporativización de la medicina y el auge del individualismo no solo han complicado la estructura de nuestro sistema de salud, sino que también han deformado la esencia misma de la práctica médica. Esta tendencia hacia la comercialización ha introducido una serie de incentivos perversos que a menudo priorizan el beneficio económico sobre el bienestar del paciente, eso es claro, pero también es claro que las generalizaciones maquiavélicas son injustas y que la mayoría de los colegas actúan en beneficio del paciente. Nuestra ciencia-arte es compleja y la toma de decisiones lo es aún más, por lo tanto erramos más de lo que la gente se imagina, pero no por eso somos unos delincuentes y tampoco por eso merecemos la muerte.

Ahora bien, las clínicas y hospitales también cayeron en el abismo de la productividad y el mercadeo. Si bien somos un país que cuenta con los mejores hospitales de la región, solamente superados por Brasil y Chile, las prácticas de algunas de estas instituciones están a espaldas del sistema, con tarifas especulativas y posturas arrogantes, posiblemente facilitadas por su alto EBIDTA y por una reputación que se basa en la calidad de su personal, no necesariamente en la integración de sus procesos o en la generación efectiva de valor al sistema. Las certificaciones internacionales, tan ambiciosamente buscadas y tan histriónicamente presentadas cumplen unos estándares ajenos al colombiano y cumplen con resultados que no necesariamente se ajustan al entorno en el cual se ejecuta su operación, pero dichos estándares “justifican” su alto costo y potencian su soberbia. La coyuntura actual ha obligado el que algunas hayan empezado a mirar al sector, a los hospitales públicos, aquellos a  los que consideraban el “primo ñero” .

Ojalá de esto pudieran surgir proyectos de coalición o padrinazgo entre estas divas y los “ñeros”, uniones que traccionen la calidad hacia arriba y no la competencia. Que se hable más de lo que se genera, no del factor de producción… y escribe esto alguien a quien los números le gustan. No soy  de los que vocifera que “la salud no es un negocio”, por el contrario, es una suma de muchos negocios de los cuales debería beneficiarse siempre el ciudadano, sin miedo a que quienes lo hagan bien en el sistema tengan una retribución equilibrada.

Como este texto ya se puso largo, prometo hacer una segunda parte sobre el mea culpa de las agencias (las brujas del sector según muchos).

A modo de resumen dejo la gráfica del mea culpa sectorial:

mea culpa sectorial

Temas relacionados

Compartir Noticia

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Noticias destacadas
Más Noticias

Escríbanos y uno de nuestros asesores le contactará pronto

Reciba atención inmediata mediante nuestros canales oficiales aquí:

Preinscríbete y recibe información ampliada
XIX Congreso Nacional de Salud

* Todos los campos son requeridos

Tu carrito de compras está vacío.

Volver a la tienda

¡Gracias por su información!

El formulario ha sido enviado exitosamente, por favor verifique su bandeja de correo electrónico, enviaremos información ampliada sobre el XIX Congreso Nacional de Salud.

Pronto uno de nuestros asesores te contactará.