El Trastorno del Espectro Autista (TEA) es una condición del neurodesarrollo que comienza a manifestarse en la primera infancia. A menudo, las primeras señales pueden observarse desde los 15 meses de edad, lo cual hace fundamental que padres, madres y cuidadores estén atentos y cuenten con la orientación oportuna de profesionales en salud y desarrollo infantil. Es importante recordar que el autismo no es una enfermedad, ni tiene relación alguna con las vacunas, como erróneamente se ha difundido anteriormente en artículos sin evidencia científica.
El autismo no se adquiere: se nace con él
Cada niño o niña dentro del espectro tiene un patrón único de conexiones neuronales. Esto significa que su manera de percibir, procesar y responder al mundo es distinta, más no errónea. No existen cerebros iguales, por lo que el cerebro autista no es un cerebro “malo” o “dañado”, sino diferente. Estas variaciones pueden observarse especialmente en el procesamiento sensorial y en la forma de comunicarse con los demás.
Entre las principales características del TEA se encuentran las dificultades en la comunicación y en la interacción social. Por ejemplo, algunos niños y niñas pueden presentar un uso limitado del lenguaje verbal o no verbal, dificultades para iniciar o mantener relaciones interpersonales, o preferencia por la rutina y resistencia a los cambios. También es común observar conductas repetitivas como el aleteo de manos, el balanceo o la fijación por ciertos temas. Además, muchos niños y niñas en el espectro tienen una sensibilidad sensorial distinta: pueden reaccionar de forma muy intensa (hipersensibilidad) o muy baja (hiposensibilidad) ante estímulos como sonidos, luces o texturas.
Para hablar verdaderamente de inclusión, necesitamos comenzar por entender y respetar la diversidad. Romper con los mitos alrededor del autismo es un paso fundamental hacia una sociedad más empática. El autismo no es producto de una mala crianza o por falta de socialización. Estas ideas no solo son falsas, sino que también perpetúan estigmas que afectan profundamente a las familias y a las personas autistas.
Abrazar la diversidad implica mirar con otros ojos, con una mirada informada y sensible, que permita reconocer el valor y la dignidad de cada niño y niña en el espectro, Como sociedad, estamos llamados a crear entornos educativos verdaderamente conscientes e inclusivos, donde cada niño y niña pueda desarrollar su potencial y ser comprendido.
* Por Ana María Moreno Martínez, Profesora. Licenciatura en Educación Infantil. Facultad de Educación – Universidad El Bosque