En medio del debate sobre la reforma estructural al sistema de salud en Colombia, hay una pieza del rompecabezas que sigue sin recibir el lugar que merece: la hospitalización domiciliaria. Mientras discutimos modelos de aseguramiento y formas de contratación, el país ignora una solución que ya ha probado ser eficaz, humana y financieramente sostenible.
No estamos hablando de una moda o de una tendencia impulsada por la pandemia. La atención domiciliaria es el resultado de una evolución histórica que nos está devolviendo al origen: cuidar a las personas en su hogar, pero ahora con soporte tecnológico, equipos interdisciplinarios y resultados medibles.
En Colombia, la atención domiciliaria viene consolidándose como una alternativa efectiva dentro del sistema de salud. La evidencia internacional es aún más contundente: países como Estados Unidos, Francia y España han demostrado que la hospitalización en casa puede reducir reingresos, mejorar la experiencia del paciente y generar ahorros de hasta el 38% en comparación con la atención convencional.
Colombia, sin embargo, tiene apenas 1,7 camas hospitalarias por cada 1.000 habitantes, por debajo del promedio regional y muy lejos de países que integraron la atención domiciliaria como pilar de su sistema. En paralelo, el 60% de nuestros municipios no cuenta con hospital de segundo nivel. ¿Cuál es entonces la alternativa real para garantizar atención oportuna y digna en el territorio? La respuesta es evidente.
Además, hay un mandato cultural que no podemos ignorar: el 70% de los colombianos prefiere ser atendido en casa en etapas terminales. No se trata solo de eficiencia: se trata de humanidad. Y de una transformación del modelo hacia una atención basada en el valor, centrada en la experiencia, no solo en el procedimiento.
Pero para que esto sea viable, necesitamos decisiones. Se requiere una regulación específica, financiación adecuada y articulación real entre actores públicos y privados. Hoy, más de 2.800 IPS están habilitadas para atención extramural, muchas de ellas con vocación exclusivamente domiciliaria. El sistema ya tiene la infraestructura: falta voluntad política y un modelo de integración coherente.
Como empresaria del sector, he visto de cerca los beneficios de cuidar en casa. He acompañado equipos que llegan donde no hay hospitales, que manejan tecnologías portátiles de diagnóstico, que forman redes con comunidades rurales. Es tiempo de dejar de vernos como un complemento del sistema. Somos parte estructural de su sostenibilidad futura.
La hospitalización domiciliaria no es un lujo ni una excepción. Es, quizás, la única vía para ampliar cobertura, mejorar calidad y controlar costos sin sacrificar dignidad. Y en esta coyuntura de transformación, no incluirla como eje estratégico sería, simplemente, un error histórico.