El VIH nos sigue desafiando

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Por Alvaro Puerto Valencia – Presidente de SIES Salud.

Conmemoramos, una vez más, el Día Mundial de la Lucha Contra el VIH. Se trató de una fecha especial en un año muy particular. Esta efemérides, establecida en 1988, fue la primera dedicada a la salud en todo el mundo. Y en Colombia tiene un significado diferente en esta ocasión, pues hace 40 años se presentó en Colombia la primera infección por VIH de la que se tiene noticia. Los síntomas comenzaron a finales de 1983 en una mujer caleña que residía en Cartagena, y el diagnóstico se produjo a comienzos de 1984.

Paradójicamente, víctimas de algún grado de éxito, a lo largo de estas cuatro décadas pasamos del terror a una calma excesiva. De creer que para contagiarse bastaba un beso en la mejilla, pasamos a relajar, a veces por completo, las medidas de prevención.

Según el más reciente Boletín Epidemiológico Semanal del Instituto Nacional de Salud (INS), el VIH afecta a unos 40 millones de personas en el mundo. Aunque aún se cuenten por millones las personas sin tratamiento, los progresos son significativos: el 76% disponen de medicamentos, y el 71% presentan supresión viral. En otras palabras, siete de cada diez tienen cantidades muy bajas de VIH en la sangre, lo que les permite conservar su salud, vivir más años y reducir el riesgo de contagiar a otros.

En Colombia se han reportado más de 18.000 casos, de los cuales 14.600 son hombres. Y acá es donde aparecen las malas noticias: la incidencia está creciendo. Hemos perdido el miedo a la enfermedad y no somos conscientes de que cualquier ser humano es susceptible de contagiarse. Pensamos que el VIH escoge comunidades, y eso no es cierto. Que haya grupos con mayor riesgo no significa que los otros estén exentos.

Y es que el VIH ya no arrasa con la vida de las personas en cuestión de meses. Logramos convertirla en una enfermedad crónica, como la diabetes o la hipertensión. El adecuado seguimiento permite a las personas que viven con este virus llevar una vida común y corriente. Y ahí están los mayores desafíos del presente. Nos urge echar mano de lo aprendido para avanzar en dos frentes: seguir mejorando los modelos de atención y, por supuesto, fortalecer la prevención.

Las experiencias nacionales e internacionales han mostrado que tan importante con el acceso al médico y los medicamentos ha sido el grupo de apoyo. Este sirve tanto para intercambiar información como para reducir el estigma; tanto para prodigar equilibrio emocional como para incentivar la adherencia al tratamiento.

En el VIH, así como en otras patologías, el componente clínico es tan importante como la gestión integral. Los mayores éxitos se logran con el acompañamiento de enfermeras, psicólogos, nutricionistas, trabajadores sociales y químicos farmacéuticos. Y esa integralidad incluye el compromiso de proveer servicios farmacéuticos en el mismo lugar donde se recibe la atención.

Lo anterior nos lleva a la reflexión, aplicable a muchas otras patologías, de que la gestión de las enfermedades crónicas debe contratarse en toda esa integralidad. Cuando el paciente tiene la consulta en un lugar, el laboratorio en otro y el fármaco en otro, no solo ve fragmentada su atención, sino que el sistema ve encarecidos sus costos. Una contratación integral y con incentivos a los resultados en salud –y sanciones por no alcanzarlos– redunda en un mejor estado de salud a menor costo.

Otra realidad que Colombia debe aceptar es la escasez de médicos especialistas. Mientras se trabaja en su incremento, se hace necesario el fortalecimiento de la figura de médico experto; es decir, del médico que gracias a su experiencia adquiere el conocimiento para resolver casos y solo deja los verdaderamente graves al especialista. Y no solo se trata de defender esta figura, sino de generar las compensaciones correspondientes a la responsabilidad que asume. Los binomios de médicos expertos y especialistas, en particular en aquellas regiones donde hay dificultades de contar permanentemente con estos últimos, puede ser una solución adecuada mientras las universidades abren más plazas.

La lecciones aprendidas también muestran la necesidad de ajustar los protocolos de atención al contexto de las personas. En un país diverso como Colombia hemos encontrado que no es lo mismo proveer servicios a una persona en Turbo que a una en Bogotá; que no es lo mismo atender en Barranquilla que en San José del Guaviare. Hay regiones del país donde, tristemente, el estigma genera más riesgo que la misma enfermedad. Eso implica que las formas de recibir a las personas en los centros de atención o de dispensar los medicamentos no pueden estandarizarse en un país que no es estandarizable.

Finalmente, la reflexión nos lleva a pensar la urgencia de una captación más temprana y en el fortalecimiento de las terapias preexposición. Lo primero implica comenzar la búsqueda activa de pacientes ya no solo en los grupos de riesgo conocidos, sino ampliar el espectro de la búsqueda a otras comunidades, y en la administración oportuna de una terapia que evitará a toda costa que la infección siga propagándose. Como lo ha expresado Néstor Álvarez, director del colectivo Pacientes de Alto Costo, universidades y empresas deben involucrarse más activamente en la prevención y control de la enfermedad.

¿Estamos ganando terreno? Sí, sin duda, pero también tenemos pequeños retrocesos, en buena medida porque hemos bajado la guardia. Estamos a tiempo para reaccionar y ver con optimismo la posibilidad, lejana pero alcanzable, de desterrar una enfermedad que hace apenas cuatro décadas nos mataba en la realidad y nos mataba de terror.

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