La Insoportable Levedad del Ser Médico

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A todos alguna vez nos absorbió ese monstruo al que llamamos ciencia. El mismo leviatán que nos desvía frecuentemente de aquella realidad que pretendemos conocer y a veces transformar.

Pero, en el modelo hipotético-deductivo y horizontal de pensamiento que aprendemos los médicos no hay cabida para el fracaso y el error.  Nos aterra la cercanía del caos y el mundo de lo desconocido y nos defendemos con lo que Estanislao Zuleta definió maravillosamente como la ‘no reciprocidad lógica‘, es decir lo malo que generamos se debe a la circunstancialidad y los errores del otro a su esencialidad. Nos cuesta reconocer que somos humanos, imperfectos y estúpidamente soberbios.

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Cuando me encuentro con mis estudiantes, veo en sus ojos el anhelo del conocimiento pragmático, de los detalles de la molécula, del conocer el cataclismo fisiológico de la enfermedad. No lo niego, es fascinante, pero mi siguiente pregunta siempre es el para qué. ¿Entregamos valor en lo que hacemos?, o es un simplemente un anhelo de superioridad intelectual, de saber que sabemos y pretender que estamos más allá de los niveles básicos de pensamiento. Cuanta vanidad tenemos, y cuanto sufrimiento nos hace falta.

“Debemos partir de un hecho fundamental: los médicos intervenimos en la vida y en la muerte, los dos procesos biológicos más complejos e imperfectos de la naturaleza. ¿Cómo podemos asegurar algo en esa hecatombe? Quién ha dicho que, en medio de tantas variables independientes, de tantas incertidumbres sin remedio, alguna de nuestras intervenciones tendrá realmente un impacto en la travesía del ser.

Sí claro, me dirán que hemos transformado tendencias, que la mortalidad infantil y la esperanza de vida han mejorado sustancialmente, que las vacunas han erradicado enfermedades y que los tratamientos que hoy tenemos en cáncer están brindando respuestas nunca antes vistas.

Pero, ¿la sociedad lo entiende?, no veo ningún nivel concordante de reciprocidad. Esto casi que es una ilusión terapéutica.

Y después de navegar por las aguas del “conocimiento”, de sacrificar horas de sueño y calidad de vida llegamos a la conclusión de que el impacto de lo que hacemos no está ligado a la cantidad de lo que sabemos sino a la materialización de lo que somos. Es cuando, después de todo, es más valioso ese imperfecto ser que habla, que entiende, que siente y que comunica que el que lucha por hacerse visible, por publicar y por tener mayor reconocimiento. Y la soledad de la hegemonía intelectual es una realidad.

Agobiados entre burocracia, fallas del sistema, reprocesos e ineficiencias ahí estamos, pensando que somos grandes, que constituimos el pivote de un macromercado que hace rato nos dio la espalda o peor aún se dio cuenta de nuestras múltiples debilidades.

Entonces ¡¿Qué nos queda?!. Increíblemente nos queda hacer una buena lectura de las dinámicas, una especie de adivinación del futuro de nuestro arte tecnológico llamado medicina. Nuestra fortaleza reside sin duda en nuestra capacidad técnica, pero es nada sin las sinergias adecuadas y sin un enfoque diferente.

Entregar medicina sin hacerlo exponencialmente no solo es aburrido e inútilmente fatuo sino también anacrónico.

Nuestros pacientes han cambiado. Ellos esperan hoy más que un imponente doctor una especie de coach de salud. Un ser humano palpable y asertivo. Ese es el verdadero gradiente competitivo de quienes nos sentamos al frente hoy y quienes debemos sentarnos al lado mañana.

Sin duda me dirán que deliro, que la realidad supera las buenas intenciones y que al final del día hay que ver muchos pacientes, llenar muchos formatos, proteger el puesto de trabajo y bajar la cabeza ante las hegemonías propias del sistema. Claro, y por eso el título del escrito, pero como dice Kundera “…el peso, la necesidad y el valor son tres conceptos internamente unidos: sólo aquello que es necesario, tiene peso; sólo aquello que tiene peso, vale”.

Seamos capaces de aceptar esta impertinente imperfección para generar un nuevo pensamiento, para lateralizar nuestras ideas, para encontrar salidas creativas al tedio agobiante de la rutina, para creer y soñar, pero también para equivocarnos felizmente y fracasar una y otra vez sin miedo a deshonrar ese M.D. que un día soñamos y que a tantos parece baldío.

Hagamos que esto realmente valga la pena.

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