Breve Neurobiología de la Violencia

“Las raíces de la violencia no hay que buscarlas solamente en el interior de las personas sino principalmente en sus circunstancias”.
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Si, es una cuestión de genes y supervivencia. No es fortuita la destrucción y el irrespeto por la vida. Bien lo dijo Freud en su texto clásico El Malestar en la Cultura: “El ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo.” (Freud, 1979). Crudo, pero basado en la realidad.

Pero, a pesar de esta crudeza clásica de Freud, las raíces de la violencia no hay que buscarlas solamente en el interior de las personas sino principalmente en sus circunstancias. La sociedad propicia situaciones que exigen violencia y/o enseña cómo lograr el éxito mediante ella. Más aún en sociedades como la nuestra, con una profunda “narcotización”, en la cual la cultura de la instrumentalización, el éxito fácil y el “atajo” prevalece.

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La dinámica de la violencia

Pero más que entender la violencia per sé es importante conocer su dinámica. La génesis de este fenómeno encuentra parte de explicación en Dawkins, quien en su libro El Gen Egoísta manifiesta: “…los individuos no obran para maximizar su utilidad personal, sino para difundir sus propios genes. Para sobrevivir y difundirse, los genes utilizan a los individuos”. Dawkins es aún más elocuente: “El huevo necesita a la gallina para reproducirse”.

Y para cubrir esta necesidad de supervivencia y reproducción el hombre cuenta con un buen aliado:  La fisiología cerebral (¿o la fisiopatología?). Ghiglieri en su libro El Lado Oscuro del Hombre explica que “…el cerebro humano es único en su capacidad cognitiva. Su capacidad de análisis lógico, su experiencia técnica, su percepción y su capacidad de imaginación están a años luz de las de los demás primates. Pero cuando se combina con el legado de la jungla, la agresión provocada por la testosterona que programa un hipotálamo enormemente poderoso y configurado por millones de años de conflictos en relación con el apareamiento y el territorio, esta increíble máquina de pensar se convierte en un combatiente no sólo inteligente sino también agresivo, tan agresivo que emociones tales como la cólera, los celos, el miedo, el deseo sexual, el amor, la pena, la gula inspiran a los hombres a matar”. Impactante, pero real.

La neurociencia y la violencia Humana

Las neurociencias han intentado explicar estas mareas de la violencia humana. Hay hipótesis anatómicas (alteraciones en la amígdala cerebral, en la corteza órbito-frontal, en el hipocampo), fisiológicas (alteraciones en la secreción de serotonina, variantes en la monoaminooxidasa, polimorfismos en el transportador de dopamina DAT1), ambientales (exposición temprana a ambientes agresivos, crianza por madres distantes, abuso sexual, retardo mental) y psicosociales (desnutrición, exposición prenatal a tabaquismo y alcoholismo). Sin duda, todos estso factores influyen en el neurodesarrollo, pero ninguno es suficiente para generar una dinámica crónica de violencia. Si confiamos en estos datos, ¿cuántos de estos factores tendremos en sociedades como la nuestra?, todos y aún más creo yo.

Una de las teorías que explican la violencia parte desde el ámbito social, cuando se plantea que la agresividad se aprende a partir de la experiencia directa o a través de la observación; según ello, no sólo aprendemos a ser agresivos, sino que justificamos el que una conducta pueda ser apropiada en determinadas situaciones. Ciertas personas pueden ser más propensas a sentimientos y acciones agresivas que otras, de una forma innata; pero la agresión constante es más frecuente en personas que han crecido bajo condiciones negativas, de constante frustración, por lo que han debido desarrollar una agresión defensiva; la agresión pasa a ser un derivado de la hostilidad y el resentimiento. Cuando la persona no llega a un acuerdo de sus necesidades frustradas y no encuentra perspectivas de salida, difícilmente podrá frenar una dinámica agresiva que constituirá una satisfacción sustitutiva. Infortunadamente sociedades con brechas sociales gigantes como la nuestra navegan en la frustración perpetuamente. 

la evolutiva agresividad humana

La perspectiva etológica o evolutiva de la agresividad considera que la agresividad humana, como tantas otras conductas, tendría sus bases en la filogenia. De esta manera, las situaciones de agresión que se observan en animales serían análogas a aquellas que se presentan en humanos, siendo entonces la agresión un producto característico de todo animal y, por ende, del ser humano. Lorenz afirma que: “no cabe ninguna duda, en opinión de cualquier hombre de ciencia, de que la agresión intraespecífica es, en el Hombre, un impulso instintivo espontáneo en el mismo grado que en la mayoría de los demás vertebrados superiores”.  Esto solo confirma que seguimos siendo profundamente animales, subanimales diría yo ya que nunca he visto a un animal asesinar a otro por una causa diferente a la subsistencia.

Es por tanto similar a una fisión nuclear potenciar los sentimientos de frustración, rabia y descontento social en medio de una actividad de instrumentalización social como las marchas. No puede generarse nada diferente a una violencia incontenible en ese escenario. Los seres humanos seguimos siendo unos animales bípedos. Pero como bien dijo Ghiglieri, esa hermosa máquina capaz de crear las más bellas melodías y esculturas se transforma en oscuridad, irracionalidad, violencia y muerte bajo un coctel de circunstancias sociales. Las dinámicas de protesta que estamos viendo, si bien pueden tener una o varias causas justificables en esta crónica inequidad social pueden ser sin duda un microambiente explosivo que nos haga retroceder al homo ineptus. Este es un llamado a la cordura basado en la neurobiología, pero sustentado en el humanismo.

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