Una tarea incompleta pero esperanzadora – La Herencia del ministro Gaviria

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Se está cumpliendo el plazo para que Alejandro Gaviria, el Ministro de la Salud y la Protección Social en Colombia entregue el cargo, y al mismo tiempo, para que los balances sobre su gestión, pero especialmente los resultados y pendientes de esta, queden como herencia y ruta de trabajo.

La polarización del país, de alguna manera también socava al sector, y algunos actores flotan en la popularidad superflua de ácidas críticas, en tanto que otros defienden desde diferentes orillas la necesidad de un gran cambio.

Una nueva manera de actuar en el sistema de salud

Otros muchos, se han venido adhiriendo a una corriente del pensamiento y del actuar, que, sin desconocer los profundos retos que se han incubado en los territorios, la institucionalidad, la sociedad y el innovador mundo sanitario, comienzan a tejer unas nuevas relaciones sectoriales, al amparo de la experiencia y la práctica, de las necesidades fulgurantes de los ciudadanos/pacientes, de los recursos disponibles, y de los derechos fundamentales que le entregan quizás, el único destello de lucidez a un legislador cautivo en su propia corrupción e inoperancia.

Muchos retos aún pendientes

Es innegable que la asistencia tiene brechas de inoportunidad inaceptables, que se siguen prestando servicios no financiados completamente (por ejemplo, las tecnologías NO PBS en el RS), que el dinero disponible no alcanza a garantizar la canasta de servicios, que el apalancamiento económico de las EPS no llega para paliar la iliquidez, y que triste y fundamentalmente, hay muchas muertes, dolor y sufrimiento evitables que necesitamos sin dilación frenar para siempre.

Los mejores caminos para enfrentarlos y resolverlos

Seguramente resultará menos complejo y más rápido, si como un todo menos heterogéneo, más coherente y definitivamente más propositivo, ponemos manos a la obra.

Construyamos una agenda pública de largo plazo, para ir alcanzando logros y tachando pendientes, y para blindar el progreso de la amenazante regresión politiquera: el quehacer de la salud no puede estar al garete de impulsos electorales; en cambio, debe convertirse en una ruta sólida, bien estructurada, equitativa, cumplible, sostenible y evaluable, en donde todos los colombianos nos sintamos invitados a participar de su construcción, bien representados y protegidos.

Es inherente a la finitud de los recursos, a la extra-longevidad de los habitantes, a la presión tecnológica producto de la maravillosa innovación y creatividad humana, la necesidad de responder con prioridades, elevación de la gobernanza, protección y mejoramiento de la institucionalidad, educación reorientada a la salud y la productividad, y un gran acuerdo social, que requerirá sin duda alguna, el abrazo intersectorial.

El ministro Alejandro Gaviria

Dícese de un hombre inteligente, respetuoso, coherente, honesto, tecnócrata, valiente y comprometido con una de las carteras ministeriales más sensibles y difíciles de gobernar.

Nos deja enseñanzas inolvidables, hechos concretos, y, especialmente, una forma de trabajo consistente, que a manera de fórmula evolutiva (no necesariamente infalible), deja encender los anhelos por un mejor futuro para la nación.

Gracias Alejandro Gaviria, por haber sido un colombiano y un ministro ejemplar.

 

El Mensaje del ministro Alejandro Gaviria

Los dejamos con su último discurso, frente a un auditorio mixto nacional de más de 300 asistentes, que lo invitó en bogotá, para hacerle un homenaje de reconocimiento a su incansable labor:

 

Quisiera comenzar con una palabra que, como dijo alguna vez Octavio Paz, “todos los hombres, desde que el hombre es hombre, han proferido: gracias”.

No quiero pecar de falsa modestia. Confieso que recibo este reconocimiento con agradecimiento, pero también con un poco de temor. O de inquietud.

Inquietud porque siempre he creído que uno se defiende más fácil de las críticas que de los elogios.

Inquietud porque el halago puede ser intimidatorio y el aplauso es corruptor. Los sobornos de la simpatía, bien lo sabemos, son peligrosos.

Inquietud porque las labores de los funcionarios son siempre incompletas, parciales, inacabadas. Siempre defraudaremos a alguien. Siempre, esa es la naturaleza de la democracia, habrá expectativas frustradas. Promesas incumplidas. Asuntos sin resolver.

Inquietud porque, en la civilización del espectáculo, en nuestras democracias mediatizadas, los actos de agradecimiento son vistos con suspicacia. Vivimos en un mundo extraño, un mundo en el cual los que trabajan son vilipendiados y los que critican, exaltados. El dedo acusador tiene más prestigio que la mano laboriosa. Así es la vida.

Inquietud finalmente porque los problemas del sistema de salud son muchos. Portentosos. Algunos en vía de solución. Otros crónicos, manejables, pero no curables plenamente.

Déjenme pasar a algunos asuntos más mundanos. El cambio social siempre es un esfuerzo colectivo. Un individuo puede subirse a un ático, encerrarse dos años y bajar después de su encierro obsesivo con el manuscrito de Cien años de soledad en la mano.  El arte está lleno de proezas individuales. Pero la transformación de la sociedad necesita esfuerzos mancomunados, unión de voluntades, “cooperación”, en una sola palabra.

Hay un aspecto que quisiera resaltar, una transformación reciente de nuestro sector que vale la pena traer a cuento. Históricamente hemos sido adversos a la cooperación, dados al conflicto, a una pugnacidad instintiva, convertida casi en norma de comportamiento. Aprendimos, con los años, con una destreza perversa, digámoslo así, a disfrazar el interés individual de bienestar general. Por mucho tiempo vimos a los otros agentes como adversarios. El sector solo se une, solía decir en mis tardes de desespero (y desamparo), para pedirle plata al gobierno.

Pero todo esto está cambiando. El sector parece estar aprendiendo a cooperar. Ya no todo se concibe como un conflicto. Percibo, por todos lados, alianzas incipientes, sociedades en ciernes, vestigios de cooperación. Hay un nuevo afán de juntarse para mejorar.

Habría sido más fácil buscar culpables. Habría sido mucho más fácil decirse víctimas del sistema, del gobierno o del ministro. Pero ustedes decidieron hacer lo difícil. Ponerse a trabajar, aplicarse a mejorar las cosas. Las dificultades del sistema no fueron una excusa. Todo lo contrario. Fueron un acicate.

Guardo, en un cuaderno de apuntes que me sirve de guía personal, una reflexión imprescindible del poeta ruso Joseph Brodsky: “nunca deberíamos –dice Brodsky– asumir el papel de víctimas. De todas las partes de nuestro cuerpo, hay una que debemos vigilar con especial celo: el dedo índice, pues siempre está buscando culpables. No importa qué tan difícil sea nuestra condición no conviene culpar a algo o alguien. Considerarnos víctimas ensancha el vacío de irresponsabilidad que tanto les gusta llenar a los demagogos”.

La cultura de la victimización ha caracterizado a nuestro sistema de salud. Incluso a nuestra sociedad. Esta cultura ofrece un refugio interesante.  Seguro. Una especie de oasis moral. Inmune a la decepción. Pero ustedes decidieron, insisto, hacer lo difícil. Ponerse a trabajar.

Quiero ahora hacer algunas reflexiones generales sobre el sistema de salud.  O mejor, sobre las posibilidades de reforma. Voy a hacerlo de manera conceptual. Enunciando algunos principios generales, una doctrina que me gusta llamar “reformismo democrático”.

Primer principio: una reforma legal no nos va a resolver los problemas del sistema de una buena vez. El cambio social no consiste en una disyuntiva binaria entre un sistema perverso, incorregible, y otro armonioso, inmejorable.

Segundo: el reformismo permanente, basado en el conocimiento práctico, es siempre más eficaz que el reformismo ocasional, basado en la exaltación ideológica.

Tercero: el cambio más duradero es el que se produce de abajo hacia arriba. (Un día de esta semana, al final de la tarde, me distraje escuchando las presentaciones sobre los modelos de gestión de riesgo de algunas EPS. Ahí está la reforma a la salud, pensé. Como está también en las innovaciones de calidad de los prestadores. O en el fortalecimiento de las capacidades de las entidades territoriales).

Y cuarto: debemos resistir la tentación a destruir sin haber construido. La carga de la prueba siempre estará en quien propone transformaciones absolutas.

Estos principios implican, entre otras cosas, que la tarea nunca va a estar concluida, que van a existir batallas ganadas y batallas perdidas, que los atajos son una trampa y que la transformación social requiere persistencia.

Yo ya estoy a punto de dejar la política. La política tiene mucho de farsa, bien lo sabemos. Pero sería injusto subestimar su papel transformador. Como dijo recientemente Michael Ignatieff, uno nunca abandona la política completamente. Es imposible. En los próximos años seré un espectador, prudente, pero no indiferente. Allí estaré aplaudiendo, silbando y dejando escapar –en ocasiones contadas, los epítetos suenan mejor en porciones mínimas– alguno que otro hijueputazo.

Recibo esta distinción con modestia. Como una muestra de afecto. Y tal vez como el reconocimiento a una tarea incompleta, pero esperanzadora. Siento orgullo de haber podido contribuir, en conjunto con ustedes, a la creación de una sociedad un poco más decente, más justa y más digna.

Quiero, ya para terminar, compartir una coincidencia, una de esas conexiones interesantes que tiene la vida. El primero de junio del año pasado, hace un año, exactamente un año, me levanté con una sensación de llenura, abotagado, inapetente. Doce horas después estaba recibiendo una noticia inesperada que cambió mi vida: “usted tiene cáncer”. Ha sido un año duro. Lleno de vaivenes emocionales. De vueltas y revueltas. De angustias y reflexiones. De bienvenidas y despedidas.

La vida me puso al frente una coincidencia irónica: ser paciente de cáncer y ministro de salud. Yo no creo en el destino. La vida es azarosa y nuestra responsabilidad consiste en aguantar con estoicismo y locuacidad, en cerrar los ojos y contar el cuento.

Más allá de toda esta carreta de autoayuda, quiero decirles que aquí sigo en pie: “sigo en pie, como dice el poeta, por latido, por costumbre, por no abrir (no quiero abrirla todavía) la ventana decisiva y mirar de una vez a la insolente muerte, esa mansa dueña de la espera”.

Aquí sigo en pie gracias en buena medida a su afecto, a sus palabras de aliento y bendiciones. Aquí sigo en pie, porfiadamente, balbuceando mi afecto, diciéndoles gracias, muchas gracias. Gracias de todo corazón.

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